Veneramos el espíritu del vino

Los vinos de Jumilla son los embajadores de una villa de contrastes, cuya personalidad surge de la tierra. Sorprende comprobar cómo, de los pedregales de arena y caliza, herencia geológica del Triásico, se obtiene esa miríada tan rica de tonalidades. Del dorado Moscatel al goloso rosado, del insolente rojo del Monastrell más joven al dominante bermellón de los crianzas en madera.

Para comprender el espíritu de lucha jumillano hay que sentir el sol implacable del verano, el gélido relente invernal y el contraste de temperaturas. En ese tesón por la vida, tierra y labriego han aprendido a retener la escasa lluvia que llega y a convertir las adversidades en vinos con temperamento.


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